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Location: Hermosillo, Sonora, Mexico

Tuesday, November 20, 2012

Cultivar la democracia



El Colegio de Sonora se ha lucido con los eventos que este año ha ofrecido a la comunidad, como la ponencia de José Woldenberg para celebrar el treinta aniversario de la institución en el mes de enero y apenas el viernes pasado escuchábamos a Lorenzo Meyer en la reunión que la casa de estudios preparó para apapachar a sus egresados.  Woldenberg y Meyer, notables investigadores y actores de la escena pública mexicana, eligieron un tema muy similar –los problemas que enfrenta la democracia en México-, no tanto por casualidad y menos por recomendación de El Colegio, como por ser el más urgente problema de nuestro país –y, hablando de México, eso ya es decir mucho.
Woldenberg, muy serio y sistemático en su conferencia “Los déficits de la transición democrática en México”, nos presentó cifras de un montón de encuestas y conclusiones surgidas de varios análisis. Particularmente recuerdo un par: según encuestas de Latinobarómetro,  los mexicanos andamos mal con respecto al resto de los países de la región en cuanto a educación en la democracia –muchos no sabemos qué es esa mentada palabrita, y lejos de probar nuestra falta de labia, ni siquiera le podemos encontrar referentes o ejemplos que nos ahorren la definición-. Pero eso no es todo: de los mexicanos que sí entendemos qué es democracia, otros tantos no están tan convencidos que sea el mejor régimen político, o peor, la desafían abiertamente, añorando en cambio regímenes autoritarios como la dictadura o la monarquía; lo anterior, de nuevo, ubicando a nuestro país dentro de los peor evaluados en cuanto a apreciación de la democracia como régimen político. Woldenberg señalaba que no puede ser otro el resultado en un país que vive en la ignorancia que engendra la pobreza; para él, la democracia tiene en la pobreza a su más elemental enemigo.
El panorama no se volvió menos sombrío escuchando los “Retos de la democracia en México” de Lorenzo Meyer, sobre todo después de la sabida e ignorada turbiedad en las pasadas elecciones presidenciales. Pero Meyer hizo gala de simpatía, matizando aquí y allá con algún chiste, mostrándose tan laxo como aquel “entafilado” que maniobra con gracia una realidad patética -¡qué envidia!-. Sin que lo anterior comprometiera el rigor de su presentación,  Meyer también consideró importante hablar de la imposibilidad de los mexicanos de “asir la democracia” aunque, siempre más optimista, él explica lo anterior en términos de nuestra escasa capacidad de abstracción, equiparando “democracia” a términos como “verdad” o “realidad”, con los que se hacen falta algunos cursos de filosofía antes de aventurar una definición.  Interesante también fue conocer que las tres instituciones que le merecen alguna confianza al mexicano son las universidades, la Iglesia y la milicia (aun antes que la Comisión de Derechos Humanos y, por supuesto, muchísimo antes que senadores, diputados y demás figuras de la elección popular, todos ellos en último lugar en la evaluación). Como Meyer reflexiona, las tres instituciones en las que más o menos confía el mexicano, son las únicas abiertamente autoritarias que se incluían en las opciones del estudio (a caso más veladamente en el caso de las universidades, donde la autoridad de quien más sabe muchas veces se enviste de formas democráticas). Lo anterior se comprende más cuando conoce, como Meyer señala, que estas tres instituciones fueron establecidas durante la Colonia: son las sobrevivientes de un episodio reconocidamente autoritario de nuestra historia, las abuelas y bisabuelas de las otras instituciones que nacieron en periodos con aires de libertad e igualdad. Hay que enfatizar que, en el otro polo, las instituciones y personas merecedoras de la más abierta desconfianza del mexicano, son precisamente producto de la era democrática: diputados, senadores y demás representantes públicos producto de la elección popular, el corazón mismo de cualquier régimen democrático. Y uno dirá: ¿de qué le sirve al mexicano saber qué es democracia, cuando la realidad le pone tan pocas oportunidades para su realce y contraste, que termina por serle una palabra tan ociosa como “ornitorrinco”?
Coincido con Woldenberg cuando señala a la pobreza e ignorancia como los principales enemigos de la democracia. Es sólo conociendo la utopía –y, tristemente, en eso se ha convertido para nosotros la democracia- que uno puede aspirarla. Y voy más allá: la ignorancia no es sólo nociva a la democracia por cuanto quien la padece “pasa de ella” sin saber lo que pierde; esto es, la ignorancia no es de una peligrosidad pasiva. Sostengo, en cambio, que la ignorancia es activamente peligrosa a la democracia, por cuanto los pueblos ignorantes son terreno fértil de un autoritarismo que, ante la presión que traen las situaciones adversas –crisis-, pasa de ser latente a revelar su peor cara.  El sociólogo alemán Theodor Adorno, después de presenciar la ignominia de la Segunda Guerra Mundial, emprendió junto a otros científicos sociales un colosal estudio a base de cuestionarios y encuestas en busca del perfil de persona capaz de apoyar las atroces acciones del gobierno nazi. Basados en sus hallazgos, el perfil que Adorno y sus colegas encontraron fue el de La personalidad autoritaria, libro publicado en 1950. Una de las características de quien presenta este tipo de personalidad, es la incapacidad de manejar la incertidumbre y las bivalencias, prefiriendo ajustarse a fórmulas bien establecidas que "cotejen" la realidad, pintándolasela de blanco y negro, "buenos" y "malos". Casi por el mismo tiempo Erich Fromm desarrolla, en un plano más teórico y menos científico, un libro con idéntica intención al de Adorno, llegando también a muy similares conclusiones: El miedo a la libertad. En él, Fromm expone que, ante situaciones que destacan su vulnerabilidad, las personas que no han cultivado el amor a la vida y a la incertidumbre que entraña, actúan bajo dos perfiles psicológicos: el sadismo y el masoquismo. El sádico sólo distrae su miedo viendo cuán débiles son aquellos sobre los que ejerce su poder. El masoquista, lo contrario, sólo siente fuerzas para enfrentar la vida bajo la guía de otro que quiera llevarlo. Con esta viciosa complementariedad Fromm justificaba el horror del nazismo padecido por su país. Siendo hoy mucho más que una hipótesis vaga, sabemos que el autoritarismo del régimen de Hitler resultó un atractivo irresistible para una Alemania con la economía y los ánimos deprimidos.
Las sociedades modernas -particularmente en nuestro sistema capitalista, con sus asimilados ciclos de crisis- tienen siempre puesto el combustible para convertir cualquier revés en un catastrófico fuego. Esos periodos en los que, sumados a los posibles sinsabores personales, algún mal estructural termina por volver “la situación” en algo dramático. Tal vez parezca excesivo que, buscando ilustrar lo mal que se llevan la ignorancia, los periodos de crisis y la democracia, haga referencia al terror de la Alemania nazi, sobre todo si tenemos en cuenta la personalidad llevadera, jovial y “entafilada” (“resiliente”, dirían los psicólogos) del mexicano, con la que hace falta mucho más que una crisis para que ésta revele un rostro tan espeluznante; pero no abusemos de esta cualidad nuestra. De seguir entumidos ante una sociedad con tan serios problemas de desigualdad, pobreza e ignorancia, de seguir retozando cómodamente ante la corrupción, tan expandida y entreverada que cada vez se hace más difícil no formar parte, de seguir dando por sentado que “aquí nos tocó vivir”, entonces, tal vez lamentemos no haber dado más importancia a estos asuntos y la cualidad en la que redunda atenderlos: ser sensibles a la democracia –y a la falta de ella.

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