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Monday, November 12, 2012

Attolini Vs. #YoSoy132 ó La diversidad de las premisas.




Hace ciento cincuenta años el Reverendo Sydney Smith fue llevado en un tour guiado a uno de los barrios marginales de Edimburgo. En un estrecho callejón entre dos altos edificios, se topó con un par de mujeres gritándose groserías de un lado a otro de la calle. Smith se detuvo a escucharlas. Después de un momento, meneó su cabeza y siguió de largo, lamentando “nunca llegarán a un acuerdo; están partiendo de diferentes premisas."
    -John Adams, Risk.


Hace apenas unos días, Antonio Attolini denunciaba lo injustificado de las críticas que ha recibido por su ingreso a las filas de Televisa como figura de uno de sus programas de análisis, con su consecuente salida del movimiento #YoSoy132 (http://www.adnpolitico.com/opinion/2012/11/07/attolini-la-razonabilidad-en-los-argumentos-politicos). El joven Attolini argumenta que estas críticas son todas salidas de pulsaciones de víscera y no el producto de reflexiones ni razones. Recurriendo a la verdad como esa cualidad etérea y no eterna ni universal, Attolini sugiere que quienes le atacan –y va más allá, al involucrar en su calificación al conjunto de la izquierda de nuestro país- tienen matices totalitarios y consideran pecaminoso todo cuanto se aleja de su propia versión de “la verdad”. Antonio Attolini tiene razón, y no. Como en el epígrafe de Adams con que abro estas líneas, los “atacantes” y el “atacado” parten de premisas totalmente distintas que imposibilitan la empatía y comprensión mutuas.
En los 70’s, la antropóloga británica Mary Douglas sorprendió al mundo de las Ciencias Sociales con una refrescante interpretación de las acciones, percepciones e interacciones humanas. La Teoría Cultural de Douglas divide a las personas (todititas) en cuatro perfiles, dispuestos en los cuadrantes de un plano cartesiano, donde el eje vertical representa la observancia de reglas y la estructura social, con su parte superior (los “números positivos”)  representando una mayor observancia, y la inferior, el ignorar la estructura y percibir la escena social con mayor libertad. El eje horizontal representa la cohesión social: la disposición a actuar gregariamente y a decidir tomando en cuenta  a nuestros congéneres, con el lado derecho (“los positivos”) representando mayor cohesión y el izquierdo una disposición a la acción egoísta. De la confluencia de estas cuatro posibilidades –mayor y menor observancia a la estructura, mayor y menor cohesión social-, se obtienen los cuatro perfiles de la Teoría Cultural de Douglas: el tipo jerárquico en el cuadrante derecho superior –esencialmente conservador, para él la competitividad se ajusta a la posición que cada cual mantiene en la estructura social, confía en instituciones de raigambre y en el consejo de expertos-, el tipo igualitario en el cuadrante derecho inferior –equitativo, detesta rangos y actúa también responsablemente, pero no amparado por instituciones ni expertos, sino siendo cauteloso en la manipulación material del entorno-, el tipo individualista en el cuadrante izquierdo inferior –se desentiende rangos y reglas, actúa sin principio de responsabilidad y según la dinámica de los mercados: el mundo es mejor cuando cada quien ve por su propio beneficio-, y el tipo fatalista en el cuadrante izquierdo superior –cauteloso no tanto por principios como por pesimismo y falta de arrojo, admite la estructura social no tanto por convicción como por comodidad-.
Aceptando que sería un error reducir la compleja realidad social a esta teoría, no me parece tan vano usarla para interpretar la mutua incomprensión entre Attolini y #YoSoy132 por varias razones: una, porque por más dinámicas que sean las identidades sociales e individuales, tienen un punto de partida y conservan una esencia; además, aunque muchas veces los científicos sociales nos quememos en nuestro prometéico afán de interpretar la dimensión humana de la realidad –es decir, todo o casi todo-, resultando que nuestras propuestas teóricas tienen muchas veces un escaso poder de predicción, al final sí aportamos algo bien valioso: herramientas conceptuales que nos acercan a la comprensión de las cosas lo cual, si bien nos descalifica dentro de la comunidad científica, nos abona puntos en los círculos de filósofos -¿qué otra cosa nos queda, diría Spinoza, en esta enmarañada vida, si no la comprensión?-.
Sin problemas, identifico a los críticos de la maniobra de Attolini con el tipo igualitario. El motivo más evidente de lo anterior es señalar lo idéntico de las consignas de #YoSoy132 –y de la izquierda en general- con las de este perfil: la equidad social y la emancipación de todo tipo de tiranías. Además, como sugiere un análisis más fino de Douglas a los grupos igualitarios, una de sus características es vivir con un pulso endógeno, suspendidos en el resto de la sociedad: rechazando jerarquías y abrazando libertades, el pegamento que consigue aglutinarlos lo proveen sus ideales y el señalar a quienes no viven según sus virtuosos estándares. También me resulta más o menos fácil hacer coincidir la ruta de acción de Attolini con la lógica del tipo individualista: de por sí sofocado por jerarquías y reglas, no duda en alzar la voz y proclamarse en contra un sistema de excesos, hasta que el gesto comienza a serle muy costoso -si no directamente, sí al menos con respecto a los beneficios que empieza a rendirle el dejar de hacerlo-.
La pluralidad a la que Attolini apela estaría siendo igualmente traicionada si no se comprende el origen de los ataques de su contraparte y, hasta cierto punto, de no conceder que #YoSoy132 y cuantos lo critican –a caso ambiciosamente, la izquierda mexicana- actúa en perfecto ajuste a su muy particular papel, lo mismo que él ejecuta fielmente su parte del guión. Como sugieren los últimos desarrollos de la Teoría Cultural –y los de otras disciplinas, como los de la economista premio Nobel Elinor Olstrom- las comunidades más aptas para solucionar problemas y sobreponerse a las crisis son aquellas en las que no existe un régimen absoluto, donde ninguna identidad ni modo de proceder pesa muchísimo más que otras; que la resiliencia de las sociedades se consigue en tanto que éstas den oportunidad a la confluencia y a la interacción de diversidades. Es difícil –ya lo ha advertido Giddens- hablar de pluralidad y seguir firmes en nuestra postura ante los eventos, hablar de diversidad sin terminar relativizándolo todo… ese es el reto de los “expertos” -científicos sociales- y los “profanos” –todos cuantos formamos parte del teatro social-, el cual explica también nuestra necesaria coquetería con la filosofía. Lo que me queda claro, es que no corremos el riesgo de precipitarnos a un abismo totalitario por prestar atención a los clamores y consignas de #YoSoy132, ni de la izquierda mexicana -como advierte Attolini-: son las voces marcando un necesario ritmo en el concierto mexicano de la diversidad.

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