Attolini Vs. #YoSoy132 ó La diversidad de las premisas.
Hace ciento cincuenta años el Reverendo Sydney
Smith fue llevado en un tour guiado a
uno de los barrios marginales de Edimburgo. En un estrecho callejón entre dos
altos edificios, se topó con un par de mujeres gritándose groserías de un lado
a otro de la calle. Smith se detuvo a escucharlas. Después de un momento, meneó
su cabeza y siguió de largo, lamentando “nunca llegarán a un acuerdo; están partiendo
de diferentes premisas."
-John Adams, Risk.
-John Adams, Risk.
Hace apenas unos días, Antonio Attolini denunciaba lo injustificado de las críticas que ha recibido por
su ingreso a las filas de Televisa como figura de uno de sus programas de
análisis, con su consecuente salida del movimiento #YoSoy132 (http://www.adnpolitico.com/opinion/2012/11/07/attolini-la-razonabilidad-en-los-argumentos-politicos). El joven Attolini
argumenta que estas críticas son todas salidas de pulsaciones de víscera y no
el producto de reflexiones ni razones. Recurriendo a la verdad como esa
cualidad etérea y no eterna ni universal, Attolini sugiere que quienes le
atacan –y va más allá, al involucrar en su calificación al conjunto de la
izquierda de nuestro país- tienen matices totalitarios y consideran pecaminoso todo
cuanto se aleja de su propia versión de “la verdad”. Antonio Attolini tiene
razón, y no. Como en el epígrafe de Adams con que abro estas líneas, los “atacantes”
y el “atacado” parten de premisas totalmente distintas que imposibilitan la
empatía y comprensión mutuas.
En los 70’s, la antropóloga británica Mary
Douglas sorprendió al mundo de las Ciencias Sociales con una refrescante
interpretación de las acciones, percepciones e interacciones humanas. La Teoría
Cultural de Douglas divide a las personas (todititas) en cuatro perfiles,
dispuestos en los cuadrantes de un plano cartesiano, donde el eje vertical
representa la observancia de reglas y la estructura social, con su parte
superior (los “números positivos”) representando
una mayor observancia, y la inferior, el ignorar la estructura y percibir la
escena social con mayor libertad. El eje horizontal representa la cohesión
social: la disposición a actuar gregariamente y a decidir tomando en
cuenta a nuestros congéneres, con el
lado derecho (“los positivos”) representando mayor cohesión y el izquierdo una
disposición a la acción egoísta. De la confluencia de estas cuatro
posibilidades –mayor y menor observancia a la estructura, mayor y menor
cohesión social-, se obtienen los cuatro perfiles de la Teoría Cultural de
Douglas: el tipo jerárquico en el cuadrante derecho superior –esencialmente
conservador, para él la competitividad se ajusta a la posición que cada cual
mantiene en la estructura social, confía en instituciones de raigambre y en el
consejo de expertos-, el tipo igualitario en el cuadrante derecho inferior –equitativo,
detesta rangos y actúa también responsablemente, pero no amparado por instituciones
ni expertos, sino siendo cauteloso en la manipulación material del entorno-, el
tipo individualista en el cuadrante izquierdo inferior –se desentiende rangos y
reglas, actúa sin principio de responsabilidad y según la dinámica de los
mercados: el mundo es mejor cuando cada quien ve por su propio beneficio-, y el
tipo fatalista en el cuadrante izquierdo superior –cauteloso no tanto por
principios como por pesimismo y falta de arrojo, admite la estructura social no
tanto por convicción como por comodidad-.
Aceptando que sería un error reducir la
compleja realidad social a esta teoría, no me parece tan vano usarla para
interpretar la mutua incomprensión entre Attolini y #YoSoy132 por varias
razones: una, porque por más dinámicas que sean las identidades sociales e
individuales, tienen un punto de partida y conservan una esencia; además,
aunque muchas veces los científicos sociales nos quememos en nuestro prometéico
afán de interpretar la dimensión humana de la realidad –es decir, todo o casi
todo-, resultando que nuestras propuestas teóricas tienen muchas veces un escaso
poder de predicción, al final sí aportamos algo bien valioso: herramientas
conceptuales que nos acercan a la comprensión de las cosas lo cual, si bien nos
descalifica dentro de la comunidad científica, nos abona puntos en los círculos
de filósofos -¿qué otra cosa nos queda, diría Spinoza, en esta enmarañada vida,
si no la comprensión?-.
Sin problemas, identifico a los críticos de la
maniobra de Attolini con el tipo igualitario. El motivo más evidente de lo anterior
es señalar lo idéntico de las consignas de #YoSoy132 –y de la izquierda en
general- con las de este perfil: la equidad social y la emancipación de todo
tipo de tiranías. Además, como sugiere un análisis más fino de Douglas a los
grupos igualitarios, una de sus características es vivir con un pulso endógeno,
suspendidos en el resto de la sociedad: rechazando jerarquías y abrazando
libertades, el pegamento que consigue aglutinarlos lo proveen sus ideales y el señalar
a quienes no viven según sus virtuosos estándares. También me resulta más o
menos fácil hacer coincidir la ruta de acción de Attolini con la lógica del
tipo individualista: de por sí sofocado por jerarquías y reglas, no duda en
alzar la voz y proclamarse en contra un sistema de excesos, hasta que el gesto
comienza a serle muy costoso -si no directamente, sí al menos con respecto a
los beneficios que empieza a rendirle el dejar de hacerlo-.
La pluralidad a la que Attolini apela estaría
siendo igualmente traicionada si no se comprende el origen de los ataques de su
contraparte y, hasta cierto punto, de no conceder que #YoSoy132 y cuantos lo
critican –a caso ambiciosamente, la izquierda mexicana- actúa en perfecto ajuste
a su muy particular papel, lo mismo que él ejecuta fielmente su parte del guión.
Como sugieren los últimos desarrollos de la Teoría Cultural –y los de otras
disciplinas, como los de la economista premio Nobel Elinor Olstrom- las
comunidades más aptas para solucionar problemas y sobreponerse a las crisis son
aquellas en las que no existe un régimen absoluto, donde ninguna identidad ni
modo de proceder pesa muchísimo más que otras; que la resiliencia de las
sociedades se consigue en tanto que éstas den oportunidad a la confluencia y a
la interacción de diversidades. Es difícil –ya lo ha advertido Giddens- hablar
de pluralidad y seguir firmes en nuestra postura ante los eventos, hablar de
diversidad sin terminar relativizándolo todo… ese es el reto de los “expertos”
-científicos sociales- y los “profanos” –todos cuantos formamos parte del teatro
social-, el cual explica también nuestra necesaria coquetería con la filosofía.
Lo que me queda claro, es que no corremos el riesgo de precipitarnos a un
abismo totalitario por prestar atención a los clamores y consignas de #YoSoy132,
ni de la izquierda mexicana -como advierte Attolini-: son las voces marcando un
necesario ritmo en el concierto mexicano de la diversidad.
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