Vueltaloca

My Photo
Name:
Location: Hermosillo, Sonora, Mexico

Sunday, July 08, 2012

La intransigencia ¿de quién?


No sé en qué parte de mí aún reservo la energía y paciencia que dedico a leer editoriales y escuchar comentaristas, debe ser en parte un rasgo de ese masoquismo mexicano al que más adelante dedicaré amargas líneas. El caso es que esta semana, las opiniones de estos “líderes de opinión” (las comillas no dudan de la efectividad de su papel, sino de qué tanto lo tienen merecido) giran sobre lo mismo: reconocen que estamos viviendo un problema con los resultados de las elecciones, pero a su juicio, el problema está en quienes nos negamos a aceptarlos. Mediando el tono de su opinión, como para que les creamos o ellos creerse lo de ser imparciales, su intervención hace algunas referencias a las irregularidades del proceso, o incluso a la justificación histórica del irrespeto e incredulidad a las instituciones que salvaguardan nuestra democracia, pero al final su cierre siempre es más o menos éste: habida cuenta de las “inequidades”, éstas ya pasaron y lo que sigue es aceptar al “presidente electo” para dejar de dividir a la sociedad.
Azoro provoca ver que siga siendo vigente el artilugio de salvaguardar la paz y la unidad social, pero queriendo unirla siempre del lado del abusón, del que cargó los dados, ¿por qué no considerar esa unidad del lado del pueblo? La pregunta es necia, pero no deja de ser justo plateárnosla todos los días, a todas horas, no sea que también aprendamos a verlo “normal”.
Empezamos ahora sí con las sensibilidades y purismos conceptuales. José Woldenberg, a quien por lo demás respeto -o respetaba, aún no termino de decidirlo- por su experiencia, inteligencia y franqueza, nos recuerda que el IFE es muy exacto y que es imposible utilizarlo para fraguar un fraude. Ternura es lo que provoca su postura, después de todo ¿qué padre está dispuesto a reconocer abiertamente las más bajas expresiones o defectos del amado hijo? Su pueril ingenuidad, su extrema falta de suspicacia, la encontramos en cada uno de los argumentos que opone a las denuncias de ilegalidad y opacidad en este proceso electoral. Woldenberg se extraña de ver que “quienes no aceptamos los resultados” ignoremos la baja votación a diputaciones y senadurías obtenidas por PRD, PT, Morena individualmente o en alianza, lo que para él debería ser indicio de la igualmente baja preferencia que la ciudadanía mostrara al candidato presidencial de las izquierdas. A mí lo que me extraña es que el experimentado e inteligente investigador y ex funcionario no considere ni tangencialmente el voto diferenciado, una realidad en mi caso y estoy segura que en el de no pocos mexicanos.  Muchos estamos desencantados de los partidos políticos en general y, aunque vemos en el voto un esperanzador ejercicio, lo efectuamos no sin cierta dosis de “pragmático cinismo”. Lo que para los purismos ideológicos sería una surreal expresión de preferencias y afinidades, se convierte en una realidad en muchas boletas de votación mexicanas, en las que el votante administra la ley del “menos  peor”, más que ser consecuente con una ideología o postura política, que de cualquier forma los partido tienen ya muy diluidas y no son sino remedos de los ideales y principios que posiblemente alguna vez tuvieron. Más adelante, Woldenberg acepta “okay, sí hubo compra y coacción de votos masiva por parte del PRI, pero las mamparas de seguridad fueron un mecanismo efectivísimo para proteger la libertad del voto”. Volvemos a lo que usted sabe de sobra, señor Woldenberg: en un país con tantos millones de necesitados y tanta ignorancia, si un partido omnipotente –figurada y fácticamente- me dice que no intente “pasarme de lista” porque tendrá manera de conocer mi voto, yo no me arriesgo y hago “lo correcto”. Además ni estas mamparas ni los más sofisticados dispositivos de protección de libertad del voto son efectivos cuando lo que se obtiene a cambio de dinero son credenciales que serán usadas a discreción por los “mapaches”, acto todo menos esporádico en estas elecciones.  Esto nos lleva a hablar de funcionarios de casilla que permitieron activa o tácitamente estos delitos y de la total anuencia de la mismísima FEPADE, quien por otro lado no ha emitido comunicado sobre las miles de pruebas que engrosan el expediente de delitos electorales 2012 y, en particular, por el escandaloso Soriana-gate, por lo que de aquí a tres meses que la mencionada Fiscalía resuelva el caso, tendremos que contentarnos con el que el “virtual Presidente” se ha apresurado a ofrecer: cuestionando la autenticidad de las tarjetas Soriana que fueron intercambiadas por votos a su persona –en desconocimiento de las tarjetas y demás documentos de los que se nutre el escándalo.
Y volviendo a los purismos conceptuales, posiblemente lo anterior no sea fraude, si por fraude entendemos el trasgiversar números, la manipulación del análisis y sólo aquello que comprende el periodo de cómputo y análisis de votación. Y aun dejando de lado las imágenes que contrastan los números de las sábanas electorales con aquellos computados por el PREP –resultado de la memorable acción cívica de “foto x casilla” que miles de mexicanos emprendimos inspirados por el grupo #YoSoy132- y que evidencian que ni siquiera este proceso se vio libre del error de dedo –malicioso o inepto, siendo en cualquier caso igual de grave-, aun dejando esto de lado, si no atinamos a llamar fraude a todos los atropellos a la confianza del pueblo y a la democracia previos al cómputo y análisis de votos, ¿cómo acepta el purismo académico y político que se le llame? ¿cochinero, cagadero?
Fraude es una palabra inscrita con lágrimas, sudor y sangre en la memoria cívica y colectiva mexicana, que hace justicia y no minimiza la realidad de la que venimos. “Irregularidades” e “inequidades”, son eufemismos, expresiones blandengues que no resuenan en nosotros. Son palabras que nos invitan a “trabajar en ellas”, a “hacer ejercicios de democracia todos los días, siendo plurales y tolerantes en nuestros hogares y lugares de trabajo”, a “hacer un alto como sociedad y cuestionarnos qué nos está llevando a este camino de vicio”, son parte del vocabulario neutro y mensaje timorato con que los comunicadores y “líderes de opinión” nos conminan a repartir responsabilidades de este vergonzoso episodio de nuestra historia, del que efectivamente todos seremos partícipes de no elegir lo contrario.
Yo suelo ser muy buena perdedora, para mi pesar y el de mi país. Para mi pesar y el de mi país, a caso como resultado de mi personalidad y de la preparación académica –que en no pocos casos nos lleva a sustraernos de la realidad en una especie de “preciosismo autista”, concentrándonos en que los vértices de un punto embonen todos a la perfección, siendo excesivamente cautos con los nombres, los datos, los conceptos y logrando escapar de la realidad “de afuera” que nos urge a tomar una postura y defenderla- peco de prudente, dándole vueltas al asunto: ahora por preguntarme si realmente puede llamársele “fraude” (la potencial presa coqueteando con la cómoda trampa que se le ofrece por doquier); ahora preguntándome si, basándome en la historia de la izquierda en el mundo del último siglo, la alternancia tendría un resultado más o menos decente en nuestro país o sería “más de lo mismo” en rojo y amarillo.
Pero todas estas prudentes cavilaciones se convierten en injurias a mi misma y a la patria cuando son dirigidas a amortiguar el juicio a personas e instituciones que no han tenido el mínimo respeto ni humanidad hacia la ciudadanía. Solemos pasar por alto que aun habiendo estado el voto de 2012 libre de fraude y corrupción –algo, en todo caso, completamente surreal-, llevamos a cuestas 50 millones de pobres y analfabetas, cargamos a miles, tal vez millones, de víctimas de la violencia y negligencias que crecen al amparo de instituciones impunes. Estos “déficits” no son el lado oscuro e ineludible “de la vida”, como muchas veces estamos dispuestos a asumir en términos metafísicos, sino consecuencia de una podredumbre cívica y política a la que contribuimos cotidianamente.
Muchos aún tienen su fe suspendida en la investigación y deliberación que la FEPADE  haga de delitos electorales registrados. La vía legal, muy posiblemente también en esta ocasión sólo funcione para los grupos de poder –lo cual históricamente está totalmente justificado pero que, de nuevo, no debe indicar el rumbo que las cosas deban tomar - y entonces, que estemos de acuerdo o no con los resultados electorales, será lo de menos. Podemos estar casi ciertos en que aun teniendo “en apego a la legalidad” los recursos para apelar los resultados, el camino que se nos libere para anularlos sea uno mucho menos sencillo: podemos estar casi seguros que este será sea uno intenso, doloroso, y alejado de nuestra cómoda y climatizada butaca ciudadana.
Ante el tono delicado que van tomando las cosas, no nos sorprendan las modulaciones y cambios de opinión de la sociedad, e incluso, nuestras, en las semanas por venir. Buscaremos justificar los actos de corrupción y fraude, entibiando nuestro resuelto juicio, considerando recónditas hipótesis, aceptando sin reserva dudosas pruebas. Buscaremos asirnos de la resignación, a nuestra trillada autoimagen que patéticamente hacemos realidad todos los días para nosotros y para nuestros hijos “los mexicanos no tenemos memoria”. ¿Con cuánta más vergüenza, hambre y muertes estamos dispuestos a mancillar nuestra plácida ciudadanía y la vida e ideales de los padres y madres de la patria?